Usted está aquí

El Juego Como Termómetro de Salud

Viernes, Noviembre 4, 2011

Fuente: Fundación Crecer jugando
Título: “Juego, juguete y salud”

De todos los utensilios que el ser humano tiene a mano, el juguete es el más singular, puesto que es capaz de unir en cada momento el mundo de la realidad y el de la fantasía. En algunas enfermedades mentales se confunden estos mundos. El juguete tiene la particularidad de formar parte y de ser un puente entre ambos mundos y, por lo tanto, un estímulo para la creatividad individual. (Juan José López-Ibor, psiquiatra).

Para el niño, jugar es vivir. El niño juega viviendo y vive jugando. La única posibilidad de que el niño se desarrolle es que juegue. Por eso el juguete no debe ser ni un premio ni un castigo, sino un instrumento para que el niño se desarrolle y pueda ser feliz. (Ramón Sánchez Ocaña, periodista)

El juego como termómetro de salud

Cuando los mayores vemos a un niño tristón, quieto y sin demasiadas ganas de jugar…, lo que solemos hacer es ponerle una mano en la frente y pensar…

-seguro que no se encuentra bien ¡debe estar incubando algo!-, y es que de una forma intuitiva, los adultos relacionamos juego y salud. Y, efectivamente, un niño que juega es un niño sano. Y no nos referimos exclusivamente a sus condiciones físicas.

Como define la OMS, la salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. En palabras de Kofi A. Annan “todos los niños tienen derecho a crecer en un ambiente saludable, esto es, a vivir, estudiar y jugar en lugares sanos. Interviniendo para proteger el entorno de los niños es posible salvar millones de vidas, reducir las enfermedades y conformar un mundo más seguro y saludable para el futuro de nuestros hijos”.

Desde pequeños, la naturaleza nos dota de un impulso primario y gratuito que nos empuja a descubrir y explorar el mundo, a expresar, imaginar, soñar…jugar. Jugar es una actividad libre, espontánea, ficticia, efectuada en el mundo del “como si…”, situada fuera de la realidad objetiva; pero que a pesar de ello, es fuente de placer y satisfacción, apasionando completamente al jugador, sin esperar ningún otro beneficio que el propio placer de jugar. Pura gratuidad.

El juego es ante todo y sobre todo una actitud

No es casualidad que se haya jugado siempre y en todas partes. De hecho, la mayoría de los animales juegan, aunque sólo algunos, las especies más cosmopolitas, mantienen esa capacidad en la etapa adulta. En realidad, los juegos y juguetes forman parte de ese pequeño grupo de actividades humanas que han transcendido las sociedades que las han creado, más allá de los obstáculos lingüísticos, culturales, sociales y también geográficos. ¿Magia?

Juegos como la peonza aparecen en el Antiguo Egipto hace más de 5.000 años, dameros y dados en yacimientos de Creta, Mesopotamia, Grecia y todo el Imperio Romano. Los primeros tableros de mancala aparecen en las escalinatas de un templo a orillas del Nilo, 1.400 años antes de Cristo. Parece pues que los juegos y juguetes acompañan al Juego desde sus inicios. Y como dice Johan Huizinga en su maravilloso libro Homo Ludens: “el juego auténtico constituye una de las bases esenciales de la civilización.” La pulsión del juego forma parte de nuestra historia, nos define como personas y como comunidad, mostrándonos así toda su profundidad.

Llegados a este punto, merece la pena distinguir entre el juego en singular, y los juegos en plural (play, para los ingleses, frente a games). El juego es ante todo y sobre todo una ACTITUD. En palabras de M. Mauriras-Bousquet “una actitud existencial, una manera particular de abordar la vida que se pueda aplicar a todo sin que corresponda a nada en particular. Puro apetito de vivir. He aquí una de las claves de nuestra confusión. Mezclamos continuamente los dos conceptos, o mejor dicho, entendemos el Juego simplemente como la representación de los juegos con los que los niños se entretienen, olvidando dos aspectos esenciales: el Juego define una actitud y esa actitud, más allá de la infancia, define algunas de nuestras capacidades, como la habilidad de aprender el mundo por imitación y la de imaginar el mundo para transformarlo y hacerlo nuestro.

El juego fuente inagotable de placer

Sabemos que jugar es una fuente inagotable de placer, alegría y sastisfacción, que permite un crecimiento armónico del cuerpo, la inteligencia, la afectividad, y la sociabilidad. El juego representa una actividad lúdica rica en formas y propuestas y es una de las fuentes más importantes de progreso y aprendizajes. Ahora y siempre el juego es y ha sido un elemento fundamental en el desarrollo de las personas. Imprescindibles para su crecimiento. Y es que una vez más afirmamos que un niño que juega es un niño sano. No en vano, el pedagogo Pau Vila, en una carta dirigida en 1912 a los padres de su escuela nos dice: “No se puede concebir la vida de un niño sin juego. Moriría, como moriría si lo encerrásemos en una habitación a la que previamente le hubiéramos extraído el aire”. También Joan Almon, coordinadora de la Alianza para la Niñez de EEUU, Alliance for childhood, nos dice de manera contundente: “No permitir a los niños jugar es como ponerlos en un estado enfermizo”.

Parece, pues, más que justificado, que la Declaración de los Derechos de la Infancia adoptada por la ONU reconozca la importancia del Juego, equiparándola a derechos tan reconocidos como la alimentación, la sanidad o la propia salud: “El niño debe disfrutar plenamente de juegos y recreaciones, las cuales deberán estar orientados hacia los fines perseguidos por la educación; la sociedad y las autoridades públicas se esforzarán por promover el goce de este derecho”

El juego es una actitud lúdica positiva

A medida que un bebé crece jugando, pone en estado de alerta sus sentidos, descubre su propio cuerpo, coordina mejor sus movimientos y gana fuerza muscular. Después será capaz de construir, desmontar e inventar, permitiendo así que su creatividad entre en juego. Jugando, elaborará sus miedos, angustias y preocupaciones íntimas, dominándolas mediante la acción, haciendo activo lo que ha vivido-sufrido pasivamente, cambiando un final que le resultó penoso, tolerando roles y situaciones que en la vida real le serían excesivos, y también repitiendo a voluntad situaciones de placer. Compartiendo sus juegos con papá y mamá, aprenderá a disfrutar en compañía, a dejarse guiar, a gozar de la complicidad con los seres queridos.

El juego le facilitará la expresión de emociones, ya que le permitirá liberar tensiones psíquicas y favorecerá un sano equilibrio emocional de la personalidad, actuando como estimulante de la superación personal a partir de la experimentación del éxito, base de la propia confianza y autoestima.

El Juego será el motor de buena parte de su actividad física: correr, saltar, trepar, chutar, lanzar, retarse a sí mismo, superar, siempre en movimiento estimulador de su esfuerzo y habilidades. Un saludable antídoto al sedentarismo y la rutina.

Jugando con iguales comprenderá que existen unas reglas determinadas que deben seguirse para poder jugar, aprenderá a conocer a los demás, a esperar el turno, a resolver problemas, a interiorizar normas y pautas de comportamiento social, a aceptar los resultados creando defensas contra la frustración.

Necesitamos pues educarnos como personas sanas, alegres, positivas, curiosas, abiertas al cambio, interesadas por nuestro alrededor y comprometidas, críticas, creativas, con sentido del humor, capaces de escuchar nuestros sentimientos y emociones, de gestionarlos adecuadamente sin tomarnos demasiado en serio. Capaces, en definitiva, de Jugar.

Si jugar nos facilita este saludable crecimiento físico y mental, podríamos reconducir las actividades y equilibrar las consideradas útiles y productivas con las actividades lúdicas y de tiempo de juego consideradas socialmente como menos productivas.

Bien necesitamos y nos merecemos, educar desde pequeños esa actitud lúdica positiva, de sentido del humor y de la trasgresión, que es el Juego. Sin embargo, por un lado cada vez más estudios nos muestran que los niños abandonan el juego a edades más tempranas, y en paralelo, por otro lado, diversos estudios nos alertan del incremento de las enfermedades mentales en la infancia y sobre todo en la adolescencia.

El Juego como un deseo, un reto compartido

En eso debe concentrarse nuestro empeño, en estimular la capacidad de jugar de niños y jóvenes y en recuperar la nuestra. Para ello es imprescindible priorizar la educación de la actitud lúdica libre, placentera, alegre, curiosa y de total gratuidad. Y para todo ello resultará necesario reservar e imaginar tiempos y espacios para jugar, en las calles, plazas y casas. Tiempos y espacios para jugar con otros iguales, compañeros de juegos con quienes compartir la alegría y el conflicto. Juguetes, estimuladores de las ganas de mirar, tocar, saber, reír, abrazar, descubrir, pensar, saber… y adultos cercanos capaces de disfrutar afectuosamente del juego.

Quizás una propuesta válida sería recuperar el Juego como un deseo, un reto compartido. Con el cambio, saldrían beneficiados los niños ¡por supuesto! Pero también nosotros, los adultos, libres por una vez de convencialismos y centrados sólo en una cosa: ser felices disfrutando de nuestros hijos, de nuestras particulares, intensas o sencillas vidas, de nuestros pequeños éxitos, de nosotros mismos.

Si reconocemos por salud el conjunto de actitudes y capacidades que nos previenen tanto de malos hábitos físicos, como de desajustes de la personalidad y que adquieren todo su significado en relación con nuestra autoestima, autonomía y capacidad de toma de decisiones, ¿no parece evidente que el juego (la actitud lúdica) nos proporciona ese sano y saludable desarrollo, que tanto anhelamos y necesitamos?

Si estamos convencidos, aceptemos el reto y ¡¡juguemos!! Seguro que no nos decepcionaremos.